¿ES MALO DORMIR POCO?

21 abril 2017

Es ya sabido que dormir insuficientes horas afecta inmediatamente a nuestro día a día… Pero, ¿cómo nos afecta a largo plazo?

Lo sabemos de manera científica, porque esto está estudiado en animales de experimentación.

Existen modelos animales a los que se suprime el sueño de manera fiable. Cuando a una rata de laboratorio le suprimimos el sueño totalmente y no le dejamos dormir más, en algún momento se produce la muerte, a consecuencia de un desajuste metabólico.  En principio se observa un cambio en su conducta, que refleja la alteración cerebral que está sufriendo, pero, en las horas siguientes, lo que va a ocurrir es que se empiezan a producir alteraciones hormonales, que acaban desencadenado alteraciones metabólicas.  Y como consecuencia de todo ello, si al animal no se le permite nada de sueño, como realmente se hace en este tipo de experimentos, sobreviene la muerte. También se producen alteraciones que afectan al sistema inmunológico y, como resultado de ello, hay una mayor propensión a las infecciones. Pero lo más importante es que la privación de sueño resulta incompatible con la vida. No tenemos datos de ese tipo en seres humanos por motivos éticos, y no sirve tampoco que alguien diga que se ha pasado seis meses sin dormir, porque esto no estaría suficientemente contrastado. Pero ¿qué ocurre si provocamos una supresión parcial de sueño? Por ejemplo, se evalúan las necesidades de sueño de una persona sana y, si se determinan en siete horas y media, se prueba a suprimir el 50% de esa cantidad, algo compatible con la vida, pero que reduce su tiempo de sueño de una manera significativa. Esos experimentos se han hecho y se están haciendo. En adultos jóvenes y sanos, de entre 20 y 30 años, a los que se les reduce un 50% el periodo de sueño durante al menos varias semanas, se ha observado que se producen algunas alteraciones hormonales; en concreto, se alteran las catecolaminas –como la  adrenalina y la noradrenalina, que son hormonas del estrés–, y como resultado de ello aumentan, y es posible que de seguir el experimento –que no es más que un modelo para una sociedad en la que se duerme poco, lo que quizá ocurra de una manera no tan dramática, pero mucho más larga en el tiempo–, y mantener el sistema catecolaminérgico elevado, se incrementará la propensión a la hipertensión arterial.  También sabemos que el cortisol –otra hormona del estrés– aumenta, y esto interviene sobre la presión arterial pero, además, altos niveles de esta hormona pueden tener efectos neurotóxicos, y se especula en qué medida tener los niveles  de cortisol elevados puede favorecer la aparición de deterioro cognitivo.

Otro trastorno que aparece con la privación de sueño, quizá el más estudiado y el que más consistencia tiene, es una disminución  de la tolerancia a la glucosa, y eso tiene como consecuencia que nos acerca más al umbral de diabetes, al no poder manejar nuestros niveles de glucemia, pero también sabemos que la privación de sueño favorece la obesidad. Son todas ellas enfermedades de la civilización, pero la conclusión a la que llegamos es que la falta de sueño, el sueño insuficiente, el no dormir las horas que nuestro organismo necesita, puede estar siendo un factor que contribuye, junto con otros, como la dieta, el sedentarismo…, a lo que se denomina síndrome metabólico.  En definitiva, cualquier tipo de privación de sueño, voluntaria o involuntaria, tendrá efectos negativos en nuestro organismo a corto y a largo plazo. Por ello es necesario concienciar a la población de la gran importancia que tiene el sueño en la vida del ser humano, y que cuanto antes actuemos para obtener una buena calidad del mismo, antes conseguiremos disfrutar de una vida sana y así poder prevenir la aparición de enfermedades ligadas a los diferentes trastornos del sueño que afectan de manera crónica hasta al 20% de la población en la sociedad occidental.

Sonia Esquinas para el IIS

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