¿LA SIESTA ENGORDA?
En verano, nos ayuda a regular la temperatura corporal frente al calor exterior, pero, si se duerme de forma adecuada, ofrece otros beneficios en niños (mejora su capacidad de aprendizaje) y mayores (previene infartos). Estas son las claves de la siesta perfecta.
No tome café después. Aunque es habitual tomarse uno para estimularnos tras la siesta, el doctor Diego García-Borreguero, director del Instituto del Sueño de Madrid, no lo considera necesario. “La cafeína bloquea la adenosina, neurotransmisor inhibidor del sistema nervioso central, y estimula el cerebro, manteniéndonos más despiertos. Si dormimos unos minutos por la tarde, se convierte en una sustancia innecesaria”, asegura.
No coma con exceso antes. Tras una comida copiosa y bien regada, es habitual que el cuerpo nos pida echar una cabezada. “El alcohol inicialmente induce al sueño, pero cuando los niveles en sangre empiezan a reducirse, se produce una reacción del sistema nervioso simpático que produce microdespertares, desvelándonos por completo o haciéndonos entrar en una fase de duermevela que no proporciona un sueño reparador. Un atracón también puede facilitar la somnolencia, aunque en menor medida. Eso sí, una digestión pesada hará que el tiempo que estemos durmiendo sea de peor calidad. Y tumbarnos dificultará la digestión”, prosigue el doctor.
La siesta no engorda. “Durante el sueño, liberamos un tipo de hormona llamada leptina, cuya función es transmitir sensación de saciedad. La siesta es demasiado corta para interferir en procesos metabólicos, por lo que, a pesar de las leyendas, ni engorda ni adelgaza”, explica el doctor García-Borreguero.
Siempre a oscuras. El doctor estadounidense James Maas explica en su libro Sleep for Success! que una de las claves para disfrutar de una siesta perfecta es dormirla a oscuras. “Hay que bloquear la luz, incluso con un antifaz”, apunta.
Tan solo unos minutos. “La siesta debe ser breve, entre 20 y 30 minutos como máximo, aunque diez minutos también van a tener efectos beneficiosos sobre el rendimiento”. El doctor García-Borreguero advierte sobre los riesgos de dormir más tiempo. “Es importante no entrar en el sueño profundo, del que nos costaría más despertar. Pone en marcha mecanismos cerebrales que harán que tardemos tiempo en volver a ponernos en funcionamiento. Tendremos sensación de cansancio y además nos cobrará un peaje respecto a la capacidad de dormir luego por la noche”.
Abra la ventana. El fisioterapeuta Joan Gallart, del Centre Mézières Miró de Vilanova i la Geltrú (Barcelona), aconseja que, para favorecer la oxigenación durante la siesta, es mejor descansar con alguna ventana abierta o, mejor aún, al aire libre. En verano, por supuesto, a la sombra.
Mejor sentado o reclinado. ¿Siesta en el sillón o tumbados en la cama? Responde el doctor García-Borreguero: “Una siesta sentado o reclinado favorece que no sea demasiado larga. Durante el sueño se produce una relajación del tono muscular que llega a ser casi completa cuando entramos en fase REM. Esta atonía hace que, si estamos sentados, nos vayamos a despertar; sin embargo, si estamos tumbados eso no ocurre y, por tanto, no le ponemos límite”.
Consulte su reloj. “Nuestro mecanismo circadiano actúa como un reloj que hace que a ciertas horas del día tengamos más propensión al sueño que a otras: los ciclos son entre las cuatro y las cinco de la tarde, entre las diez y once de la noche y entre las cinco y seis de la mañana. Entre las siete de la tarde y las nueve de la noche, sin embargo, la propensión al sueño es muy baja”, explica el director del Instituto del Sueño de Madrid. La palabra siesta proviene de la hora sexta romana, referida a la sexta hora solar, que correspondería con las dos de la tarde. Se cree que fue San Benito Abad quien la bautizó así y por eso es el patrón de la siesta.
¿Quién se está echando la siesta?
Que los españoles somos el país más aficionado a la siesta es un tópico que la revista Neurology desmintió en un estudio publicado el pasado mes de febrero. Alemanes, italianos e incluso británicos nos llevan ventaja. El 22 % de los germanos, el 16 % de los italianos y el 15 % de los británicos afirman que se echan un sueñecito al menos tres tardes por semana. Los españoles, con un 8 %, ocupamos la cuarta posición.
“El cerebro autorregula la temperatura corporal. Si hace frío genera calor y, si las temperaturas son altas, lo libera. La función de la siesta en la España mediterránea y rural, desde el punto de vista histórico, era cortar en las horas centrales del día y durante ese descanso regular la temperatura corporal”, explica el doctor García-Borreguero. Paradójicamente, ahora es en vacaciones cuando más dormimos la siesta, compensando con el sueño los calores playeros.
Mirando al pasado, tenemos a Winston Churchill, que durante la II Guerra Mundial no perdonó ni un día su cita con la siesta. Según cuenta en sus memorias: “La naturaleza no había tenido la intención de que la humanidad trabajara desde las ocho de la mañana hasta la medianoche sin el refresco del bienaventurado sueño que, incluso si solo tiene una duración de 20 minutos, es suficiente para renovar las fuerzas vivas”.
También agrada esta práctica a los habitantes de China, donde, por cierto, el derecho a la siesta está recogido por su Constitución. Muchos oficinistas la duermen apoyando la cabeza sobre sus brazos encima de su escritorio. O a los maestros del yoga, que dicen experimentar un sueño lúcido (yogic sleep) que supone el estado de máxima relajación al que el hombre puede aspirar sin perder la consciencia.
Publicado en El País “http://elpais.com/elpais/2014/08/01/buenavida/1406903304_278680.html”